Comentario
Con demasiada frecuencia la Arqueología ha practicado fórmulas excesivamente simples de identificación entre distribuciones de un determinado tipo de cerámica o de rito de enterramiento y la definición étnica del grupo social en el que se registra. En el peor de los casos, esta identificación se ha practicado exclusivamente sobre rasgos físicos paleoantropológicos, es decir, por diferencias raciales. En la mayor parte de los casos se ha terminado por igualar estos grupos étnicos culturales o raciales con unidades políticas, desvirtuando hasta niveles estereotipados la realidad histórica. Los recientes análisis de la Arqueología y los menos recientes de la Antropología, han puesto en cuestión estos conceptos al mostrar la complejidad de las estructuras culturales por una parte, y al romper la identificación entre etnias y estructuras políticas, por otra. L. F. Bate ha resaltado en sus últimos trabajos que la etnia es un producto histórico, muy alejado de las rígidas lecturas exclusivamente raciales, que puede sobrevivir al modelo político en que se construyó, pero además que es una estructura viva, y en consecuencia cambiante, por su interacción con cada nueva situación histórica. Por otra parte y en el marco de la estructura cultural, la etnicidad se articula en diferentes escalas a la hora de compartir factores culturales y de disponerse especialmente, lo que implica que un Estado o entidad política puede comprender varias culturas y viceversa.
La península italiana se ha ordenado en razón a la cultura material mueble e inmueble en una serie de grandes áreas. En atención al rito de enterramiento, que ha jugado un enorme papel en la división cultural de la arqueología tradicional, todo el norte italiano (grupo de Golasecca al oeste y Paleovéneto o Este al este), así como el área protovillanoviana que ocupa la Toscana y el Lacio, se incluyen dentro de los ritos de cremación en urna; mientras que el resto, es decir, las áreas centro-oriental y meridional, se inscribe en la región de los ritos de inhumación. A partir de esta primera diferencia señalada en la zona de tradición crematoria, desde inicios del siglo IX, el Lacio realiza un rápido cambio hacia la inhumación, definiendo así la cultura Lacial, en tanto la Toscana produce un complejo proceso de cambio en el mismo sentido que se alargará hasta la época etrusca en el siglo VII a.C., definiendo el área de la cultura Villanoviana primero y Etrusca después. Ateniéndose a factores lingüísticos y a la documentación histórica literaria al mismo tiempo que a las referencias del ritual de enterramiento, la zona de predominio de la inhumación ha sido ocupada por la cultura medio-adriática o Picena, correspondiente al mundo lingüístico osco-umbro, y que se localiza en paralelo pero al este de la cultura Villanoviana y Lacial; al sur de aquélla y ocupando toda la Apulia, en la vertiente suradriática de la península italiana, se define la cultura Japigia, que cubre a los pueblos históricos daunios, peucezios y mesápicos. Por último, desde la Campania a Calabria se dispone la Cultura de las Tumbas de Fosas, que incluye a pueblos históricos como los enotrios, en el ámbito de la costa del mar Jónico.
En la Península Ibérica se definen dos amplias zonas, en función no tanto del ritual de incineración como de la influencia europea o mediterránea. El primer núcleo se extiende ya desde la misma costa suroriental francesa hasta alcanzar la provincia de Castellón y asciende aguas arriba del río Ebro hasta alcanzar puntos como Cortes de Navarra; no obstante, el factor mediterráneo se deja sentir en la zona a partir del siglo VII a.C., como lo muestran los asentamientos de Vinarraguell en Castellón y, en menor medida, Isla d'en Reixac en Gerona. Esta área de fuerte tradición de los Campos de Urnas agrupa, según las fuentes históricas escritas, un conglomerado de pueblos que la arqueología por el momento no ha podido aislar culturalmente. En cambio, el proceso se muestra más claro en el área cultural del sur peninsular. El primer foco de interés se detecta, ya desde los primeros siglos del milenio, en el llamado Bronce Final del Suroeste o de las Estelas, que agrupa un ámbito territorial desde el sur de Portugal a Extremadura por el norte o el Bajo Guadalquivir por el oeste. Se trata de un área estratégica tanto por ser el punto de unión de las rutas atlánticas marítimas y terrestres con las mediterráneas a través del estrecho de Gibraltar, como por sus propias riquezas mineras. El mejor referente de su cultura material lo ofrece el ejemplo del depósito de la ría de Huelva, seguramente un cargamento hundido de armas de bronce amortizadas para ser recicladas, resultado de la mezcla de estilos atlánticos y mediterráneos en sus productos de bronce (espadas de lengua de carpa, de hoja pistiliforme, de lengüeta calada, hachas de talón y anillas, de apéndices, escudos de escotadura en «V», fíbulas de codo, etc.). El paso del Bronce del Suroeste al periodo del Hierro tartésico se produjo desde el momento en que se dejó sentir el peso de los primeros productos orientalizantes, pero el área tartésica, que en alguna ocasión la historia literaria ha llevado hasta la costa levantina, es asimismo un conglomerado de pueblos. De todos ellos, en los últimos tiempos se han comenzado a aislar el mastieno, que se localiza a partir del Alto Guadalquivir y hasta la zona murciano-alicantina, en función de las excavaciones de Los Saladares, Peña Negra y Monastil en la provincia de Alicante.
En el plano de los rituales de enterramiento, el área franco-catalana asume las tradiciones de la cremación de los Campos de Urnas centroeuropeos, en tanto que el área tartesio-mastiena sigue un complejo proceso, semejante al de la Toscana pero en sentido contrario, aunque con amplios vacíos de información que hacen difícil cualquier generalización del hecho; así, durante el siglo VII a.C., la práctica de la inhumación convive con la cremación en asentamientos como Setefilla en Sevilla, o domina en casos como Cerrillo Blanco en Porcuna; en cambio, en el área mastiena la incineración se documenta como forma dominante en Peña Negra durante los siglos VII y VI a.C.
La península Itálica muestra, desde la mitad del siglo V a.C., cambios significativos en la distribución étnica conocida en la etapa anterior. En el norte, las fuentes hablan de los galos, Senones y Boios, que se adentran hasta territorio piceno en el centro de Italia y que, a principios del siglo IV a.C., llegaron a asediar a la misma Roma. Hacia el sur, el caso es más complejo porque conlleva una auténtica reestructuración de las viejas etnias. Para ello hay que valorar una serie de cuestiones: de una parte, la destrucción de la colonia griega de Síbaris, que era pieza clave en la conexión del este y el oeste del sur de Italia, así como la incapacidad del resto de las ciudades griegas para ocupar su papel, lo cual contribuyó a dejar un vacío en la estructura del territorio hasta entonces ordenado por las funciones económicas y políticas de los griegos. De otra parte, hay que añadir la crisis etrusca, que llevó consigo el abandono de la Campania. Desde el punto de vista de las etnias indígenas locales, éstas habían conseguido en ese momento un cierto grado de poder económico y control político al que se sumó la presión demográfica de los grupos itálicos del centro de la península que, como los samnitas, se hicieron cada vez más presentes en la sociedad daunia y lucana, primero como mercenarios y después formando parte de la propia elite dominante; así lo muestra el enterramiento de la necrópolis lucana de Atella, en la que se sigue un rito de deposición en el que el cuerpo se presenta en posición extendida y boca arriba, al modo tradicional samnita.
En general, el periodo abierto a partir de fines del siglo V a.C. recompone el panorama étnico fortaleciendo las etnias lucana y daunia, ahora con un fuerte componente samnita, al tiempo que se definen otras nuevas como los bretios, antigua población dependiente de los lucanos y localizados en Calabria.
En la Península Ibérica la decadencia tartésica, que se documenta a fines del siglo VI a.C., coincide con cierto desarrollo de la Alta Andalucía y, en general, de todo el sudeste, es decir, de la vieja etnia periférica mastiena, que define en términos culturales el paso al Ibérico Pleno en su fase más antigua (en esta área, el Ibérico Antiguo se identifica con el orientalizante reciente o con el Tartésico Final del siglo VI a.C. en la Baja Andalucía). Coincide además este hecho con cierto auge del comercio ampuritano, que está llegando de forma evidente a toda el área levantina y con algunos límites a la Alta Andalucía, lo que se documenta por la presencia en muchos asentamientos de la copa jonia B-2 o por algunos elementos estilísticos que se siguen tanto en la escultura de Elche como en el conjunto escultórico de Porcuna. En la segunda mitad del siglo IV a.C. se observan síntomas de crisis semejantes a los que se indicaban en Italia, permitiendo el desarrollo de un nuevo mapa étnico, que conocieron romanos y cartagineses durante la segunda guerra púnica, a fines del siglo III a.C.; en él, donde anteriormente se localizaban los viejos tartesios se reconocen ahora los turdetanos y túrdulos, y en el territorio mastieno, los contestanos y bastetanos. Otros grupos, como los oretanos ceñidos a la Meseta durante la etapa anterior, ahora se distribuyen por el Alto Guadalquivir, con capital en Cástulo.
Hacia el norte se dibuja un área de etnias ibéricas entre el Júcar y el Ebro, como los edetanos, los ilercavones o los ilergetes con características propias a partir de la reordenación étnica de los siglos IV y III a.C., incluso en la decoración cerámica, tal y como lo muestra el estilo figurado narrativo de la cerámica de la edetana Liria en contraposición al estilo simbólico figurado de Elche-Archena de los contestanos, o al de tradición geométrica del resto de los casos citados. Por último, más hacia el norte se abre un área ibérico-languedociense, con una definición muy particular en su cultura material, al presentar tipos cerámicos propios, como las producciones de cerámica gris o de pintura blanca y modelos de poblamiento diferentes como los de los laietanos, indiketes, sordos y elisices entre otros.